Por Redacción Internacional | Acert Canal
El mundo despide a una de las figuras más influyentes del siglo XXI. El Papa Francisco, líder de la Iglesia Católica desde 2013, falleció el 21 de abril de 2025 a los 88 años en la Ciudad del Vaticano. Su muerte marca el cierre de un capítulo único en la historia moderna del catolicismo: el de un pontífice que rompió moldes, tendió puentes y puso a los marginados en el centro del Evangelio.
Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires en 1936, hijo de inmigrantes italianos. Su elección como Papa en marzo de 2013 fue histórica: el primero proveniente del hemisferio sur, el primero jesuita, y el primero en adoptar el nombre de Francisco, en homenaje al santo de Asís, símbolo de la humildad, la paz y el cuidado de la creación.
Desde su primer gesto —pidiendo en silencio la bendición del pueblo antes de impartir la suya— hasta sus últimos días, Francisco encarnó un nuevo estilo de liderazgo: pastoral, accesible, con los pies en la tierra. En contraste con los protocolos del Vaticano, prefirió residir en la Casa Santa Marta en vez del palacio apostólico, y fue conocido por sus desplazamientos en autos modestos y su cercanía con la gente.
Francisco no solo reformó el estilo, sino también el fondo. Durante sus doce años como pontífice, promovió importantes cambios en la estructura de la Curia Romana, fortaleció los mecanismos de transparencia económica del Vaticano y buscó una Iglesia “más sinodal”, donde el diálogo interno y la escucha tuvieran un papel central.
Fue también un defensor acérrimo de los migrantes, los pobres y los excluidos. En su encíclica Fratelli tutti (2020), llamó a construir una fraternidad universal basada en la solidaridad. En Laudato si’ (2015), elevó el compromiso ambiental a una responsabilidad espiritual, anticipándose a la actual crisis climática como uno de los mayores desafíos éticos del siglo.
Abordó con valentía temas difíciles como los abusos sexuales dentro de la Iglesia, aunque no sin críticas. Reconoció errores institucionales, pidió perdón a las víctimas y tomó medidas para responsabilizar a miembros del clero, aunque muchos consideraron que aún quedaban pasos pendientes. También abrió debates sobre la participación de las mujeres en la Iglesia, el rol de los laicos y la inclusión de personas LGBTQ+, temas que provocaron tensiones internas, pero que reflejaron su voluntad de una Iglesia más acogedora.
Más allá del ámbito eclesial, Francisco se convirtió en una voz global en medio de la fragmentación geopolítica. Dialogó con líderes de otras religiones, visitó países en conflicto, defendió la causa palestina y llamó al cese de las guerras en Ucrania, Siria y más allá. Su diplomacia fue sutil pero constante, basada en la lógica del encuentro.
Durante la pandemia del COVID-19, fue una figura de consuelo y esperanza. Su imagen, solo en una Plaza de San Pedro vacía y bajo la lluvia, impartiendo una bendición “Urbi et Orbi”, quedará como un símbolo imborrable de ese tiempo oscuro.
La noticia de su fallecimiento ha conmovido al mundo entero. Presidentes, líderes religiosos y millones de fieles han expresado su pesar y agradecimiento por una vida consagrada a la paz, la justicia y la dignidad humana.
El Colegio Cardenalicio se prepara ahora para convocar un cónclave en los próximos días. No será un proceso fácil: el sucesor de Francisco no solo heredará una Iglesia en transición, sino también una humanidad atravesada por crisis éticas, sociales y espirituales. El legado del Papa argentino servirá como brújula, pero también como desafío: continuar el camino de apertura, diálogo y misericordia que él trazó.
Francisco será recordado como el Papa que se inclinaba ante los pies de los presos, que abrazaba a los enfermos sin temor, que comía con indigentes y que supo hacer de la sencillez una forma de autoridad. Su vida fue un testimonio de que el poder más fuerte es el que se pone al servicio del otro.
No deja solo un vacío institucional, sino emocional y moral. El pastor ha partido, pero su palabra —“recen por mí”— sigue resonando, ahora como un legado.